A lo
largo y ancho de la historia y el mundo ha habido gente que ha dado su vida por
diferentes motivos. No me quiero olvidar de todos esos que la han dado por
algún motivo altruista. El caso es que el otro día murieron en el hospital de
Tanguieta cinco personas, un niño que apareció con una enfermedad y que
contagió al pediatra, su ayudante y dos enfermeras. Los cinco descansan en paz.
La enfermedad es la fiebre de Lassa, que por lo visto es endémica de África
Occidental, prima hermana del tan conocido ébola. Los síntomas parecidos y las
muertes que causa anualmente en esta zona de África son de cinco mil personas
al año. Lo “bueno” que tiene es que si se detecta a tiempo tiene un medicamento
que la cura. El problema es que no es fácil su detección, sobre todo por estos
lares, cuando los síntomas iniciales son parecidos a la malaria. El otro
problema como siempre es el coste del medicamento, no es caro para Europa, pero
sí para la gente de esta tierra. Dicen que esta enfermedad causa la muerte, en
su mayoría, a gente que se dedica a la sanidad. Gente que dedica su vida a
intentar salvar la de muchos otros y que asumen que esto les puede costar la
suya. Tengo claro que merece la pena dar la vida por aquellos que no tienen
quien les defienda ni les asegure un mínimo de condiciones dignas para
sobrevivir. Eso es dejar de pensar, por una vez, en uno mismo todo el rato y
pensar un poco en el bien común. Claro que yo sigo a Jesús, que dio su vida
para salvar la de todos.