Que nadie se inquiete, no me he vuelto
podólogo ni experto en durezas de la piel. Pero quizá, algo que vivo desde que
llegué y que siempre me ha hecho reflexionar, el otro día me tocó fuertemente.
El caso es que en una celebración con el
obispo, en una misa con los críos, el obispo propuso que les bendijésemos
imponiendo las manos en sus cabezas. Y como no podía ser de otra forma, empecé
a constatar que muchas de las cabezas a las que imponía las manos, estaban con
una calva de la que sobresalía un gran callo. Es lo normal cuando tu cabeza porta desde
tierna edad cosas de gran peso y volumen. Barreños de veinticinco litros de
agua, troncos de árbol enormes, barreños con piedras, y diversidad de cosas que
a nosotros nos parecería increíble tener que transportar. Todo ello recorriendo
una buena distancia.
En nuestra cultura comenzaríamos a hablar de
explotación de la infancia, esclavitud, trabajos inadecuados. Pero en esta
realidad en la que vivimos, lo que hacen estos críos no es otra cosa que ayudar
en casa. Se necesitan todas las manos y en este caso todas las cabezas para
colaborar a la subsistencia de toda la familia. Es gracioso ver como uno de los
juegos que más gustan a los críos es llevar un barreño pequeñito de plástico en
su cabeza para acompañar a los mayores e imitarles. Sólo espero que esa ayuda
no les impida poder ir al colegio y seguir formándose.