jueves, 27 de marzo de 2014

Tocar callos

 Que nadie se inquiete, no me he vuelto podólogo ni experto en durezas de la piel. Pero quizá, algo que vivo desde que llegué y que siempre me ha hecho reflexionar, el otro día me tocó fuertemente.
 El caso es que en una celebración con el obispo, en una misa con los críos, el obispo propuso que les bendijésemos imponiendo las manos en sus cabezas. Y como no podía ser de otra forma, empecé a constatar que muchas de las cabezas a las que imponía las manos, estaban con una calva de la que sobresalía un gran callo.  Es lo normal cuando tu cabeza porta desde tierna edad cosas de gran peso y volumen. Barreños de veinticinco litros de agua, troncos de árbol enormes, barreños con piedras, y diversidad de cosas que a nosotros nos parecería increíble tener que transportar. Todo ello recorriendo una buena distancia.

 En nuestra cultura comenzaríamos a hablar de explotación de la infancia, esclavitud, trabajos inadecuados. Pero en esta realidad en la que vivimos, lo que hacen estos críos no es otra cosa que ayudar en casa. Se necesitan todas las manos y en este caso todas las cabezas para colaborar a la subsistencia de toda la familia. Es gracioso ver como uno de los juegos que más gustan a los críos es llevar un barreño pequeñito de plástico en su cabeza para acompañar a los mayores e imitarles. Sólo espero que esa ayuda no les impida poder ir al colegio y seguir formándose.

jueves, 13 de marzo de 2014

Polvo eres y en polvo te convertirás

La cría ya no está con nosotros
La semana pasada comenzábamos la cuaresma con el miércoles de ceniza. Ahora el sacerdote al imponernos la ceniza suele decir lo de conviértete y cree en el Evangelio, pero antes nos decía la frase que titula este blog. El caso es que la semana comenzó con el anuncio de que uno de los gemelos que había traído hace tres meses de uno de los pueblos al centro renutricional, cuando ya le habían dado el alta para irse, cogió una diarrea y murió de un día para otro. Al día siguiente nos comunican que una niña de ocho meses que habíamos bautizado la pasada Navidad, hija de un catequista, había muerto también por una diarrea. La procesión con el cuerpo de la pequeña después de la misa iba precedida por la cruz, el joven que la portaba tenía la camiseta totalmente deshecha y su calzado eran los pies desnudos, le seguía una chica que llevaba la calabaza con el agua bendita, con el mismo tipo de vestimenta y calzado que el anterior, les seguía un hombre que portaba el cuerpo de la niña envuelto en una esterilla. Habían dejado sus trabajos en el campo para ir al entierro. Esto es algo importante, pues la muerte de un niño aquí, según la tradición, es una deshonra y no se le hace mucho caso. Pero era una bautizada, y saben que está llamada a una vida mejor, a la vida eterna, y que rezar es lo mejor que pueden hacer. La aceptación de que la vida no nos pertenece es clara entre estas gentes y por eso viven agradecidos cada día. No pretenden hacerse los dueños de la vida, sino vivirla de la manera sencilla. Cuando uno tiene claro cuál es nuestro final, entonces se aprende a disfrutar en cada momento las cosas que verdaderamente importan.