miércoles, 28 de febrero de 2018

35 años de peregrinación



El pasado fin de semana hemos estado en la treinta y cinco edición de la peregrinación al santuario de la Virgen de la Paz en Bembereke. Una vez más los chavales respondieron en masa para asistir, 1704 pagaron su cuota para comer. El número de gente que viene para disfrutar y compartir ese fin de semana es voluminoso. Carecen de comodidades, mal duermen, mal comen, pero disfrutan a la hora de rezar juntos y poder compartir su fe. Este año la peregrinación culminó con la ordenación de tres nuevos sacerdotes, por lo que la cifra de sacerdotes de la diócesis casi se ha duplicado, ya son siete trabajando en la distintas parroquias, todo un regalo, si tenemos en cuenta que cuando yo llegué hace algo más de siete años, sólo había uno. Uno de los momentos más fuertes de la peregrinación es el rezo del rosario el sábado por la tarde, yendo por la calles de la ciudad. Como no hay asfalto, la polvareda que se forma es descomunal y la verdad es que hasta cuesta respirar, pero eso nos le quita a la gente el ánimo para cantar y bailar durante las más de tres horas que dura dicha marcha. Este año hay una nueva ley que prohíbe a la gente ir en camiones apilados. Muchos no hicieron caso y vinieron en los camiones, pero muchísimos otros se desplazaron en motos, bicis o andando. Cuando se quiere se hace.

jueves, 22 de febrero de 2018

Matrimonios forzados



El otro día me llamaron para decirme que una chica de quince años, de una de nuestras comunidades, había sido dada en matrimonio forzado a un chico musulmán de otro pueblo. La familia no quiere que sea católica, por lo que decidieron dársela a ese chico, para que no continuase su relación con un chico de la comunidad. Por desgracia, esta práctica de matrimonios forzados sigue vigente por aquí, aunque por supuesto está absolutamente prohibida por ley. Siempre hay dinero por medio y una vez la familia de la chica lo ha recibido, normalmente ya no quieren devolverlo porque se lo han gastado.
En este caso la chica huyo de la casa, y el marido despechado convocó a la gendarmería a la familia del otro chico. Yo les dije que contaran la verdad y que dijeran que ellos no habían cogido a la chica porque era menor de edad, pero que los otros habían hecho el matrimonio forzado. Al final, el marido denunciante sigue en el calabozo y los otros han sido liberados, por supuesto pagando una cierta cantidad de dinero a los gendarmes, pues la corrupción sigue presente. Una lacra, la de estos matrimonios fruto de la ignorancia, con la que hay que acabar y que a través de la educación que hacemos en las comunidades ha disminuido bastante, pero todavía queda por hacer.