Acabamos de entregar un proyecto a una ONG española
para que nos continúe ayudando como viene haciendo hasta ahora. La ONG en
cuestión es muy seria y hace las cosas bien. No sé si por política interna,
aunque pienso más bien que son exigencias de cómo se hacen las cosas en España
y por el mundo actual, piden un montón de papeles y facturas, todo debe estar
muy bien explicado y nada puede quedar al azar. Todos pensamos que eso es lo
normal, pero a mí me hace reflexionar, sobre cómo estamos construyendo el
futuro de nuestro planeta. Creo que la desconfianza se ha instalado en nuestras
instituciones (cosa normal con tanta corrupción y pillería como hay por el
mundo) pero me preocupa que se haya instalado también en nuestros corazones.
Hasta ahora éramos los misioneros los que presentábamos estos proyectos, pero
se me ocurrió que había que confiar en la gente local y que mi lucha sería
porque las instituciones españolas acabaran confiando en ellos también. Para
ello hay que darles una oportunidad, formarles y, cómo no, exigirles que hagan
las cosas correctamente. El primer envite lo han superado con creces, han hecho
un gran trabajo a la hora de presentar el proyecto y el resultado ha sido
magnífico, otra cosa será que la ONG nos diga que tenemos que corregir algunas
propuestas, pero nadie nace sabiendo. Yo he confiado en ellos y eso les ha
animado y han creído en sus propias posibilidades. Es la única manera de crear
adultos y gente responsable, si les damos siempre todo, entonces no serán
capaces de gestionar sus vidas como es debido. A la vez, tengo que decir que
sigue habiendo mucha gente que confía en lo que hacemos por esta parte del
mundo, incluso empresas, y que no nos piden nada más que hagamos lo que tenemos
que hacer, e incluso nos agradecen nuestra labor. Lógicamente, desde aquí
siempre daremos cuenta de cómo empleamos sus dineros y por supuesto
agradeceremos su confianza.
jueves, 30 de noviembre de 2017
martes, 14 de noviembre de 2017
Ser consecuente y aceptar consecuencias
Ya
de vuelta a la misión después de un tiempo de vacaciones, y después de tres
semanas de ir tomando el pulso a las diferentes cuestiones que se viven por
aquí. Me encuentro por desgracia que el tema de Seeru, pueblo en el que
presionaron a la gente para pagar al charlatán, ha tenido sus consecuencias
negativas para alguno de los que no quisieron renunciar a lo que creían y
pensaban que debían hacer. Es el caso de Alain, maestro en la escuela. Aquí en
las escuelas de primaria, por desgracia, no hay suficientes maestros del
estado, por lo que los padres de alumnos tienen que hacerse cargo del sueldo de
ciertos maestros para que puedan dar clases a todos los chavales. Alain llevaba
varios años siendo maestro en su pueblo, según el director del centro, el mejor
maestro y el más serio de los que tenía. Pero Alain ha tenido la “desgracia” de
ser consecuente con lo que creía que debía hacer, fue a uno de los jóvenes a
los que les quitaron la puerta de casa y la moto. Como yo denuncié la situación
en la gendarmería, la manera de vengarse del pueblo ha sido negándose a que
siguiera trabajando en la escuela. Por lo que por no dar mil francos cefas por
aquella cuestión, ha perdido su sueldo de treinta mil francos mensuales. Pero
no ha perdido su dignidad, ni su fe, ni nadie le podrá pisotear cuando quiera
defender lo que le parezca que está bien. No se ha vendido por el dinero, ni
tembló cuando le amenazaron con hacerlo. Ha sido valiente defendiendo lo que
para él es importante. Por desgracia hay demasiada gente que sabe que hay una
gran masa social en el mundo que es capaz de renunciar a cosas esenciales por
dinero.
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