jueves, 31 de enero de 2013

Manos sucias

Nestor con su mujer nos visitaron en casa
Un domingo llegué a una de nuestras comunidades a celebrar, allí me encontré al presidente de los catequistas de nuestra parroquia. Iba con las manos sucias y, como es costumbre, me ofreció la muñeca para que estrechase mi mano y no manchármela. Era justo antes de empezar la celebración y era extraño, pues como todos, se pone muy elegante y limpio para la misa. Sospechaba el porqué de la situación, pero aun así le tome el pelo. “¿Cómo llevas las manos tan sucias justo antes de la celebración?” El Evangelio de aquel día hablaba precisamente de los que van limpios por fuera, pero por dentro dejan mucho que desear. Luego continué “parece mentira que un hombre como tú no esté bien aseado para la celebración”. Me miró fijo a los ojos y me dijo que tenía razón, nada más. Pero yo sabía que había algo más y continué. “No será que te ha tocado limpiar toda la capilla porque no estaba preparada y limpia a tiempo por quienes les tocaba hacerlo”. Él, como con vergüenza asintió. Me descubro ante gente de este calibre, que ejerciendo un puesto importantísimo y reconocido en la comunidad, haciendo horas y gastando su poco dinero, siempre que hace falta, en favor de cualquiera que le necesita; no tiene ningún problema en remangarse y hacer el trabajo que otros han dejado de hacer por el motivo que fuera. Para evangelizar hay que estar dispuesto a tener las manos sucias y llenas de porquería de vez en cuando. 

miércoles, 16 de enero de 2013

¡Qué grandes son los más pequeños!

 El domingo pasado fuimos de visita a las misiones de Kalale y Buka. Tengo una presencia muy especial estos días conmigo, pues mi madre está aquí, con mi madrina y mi hermana pequeña. En Buka nos encontramos a Jesús, el misionero que actualmente está allí, con el presidente de la comunidad, el catequista y un chico de unos 12 años que estaba con la camiseta totalmente ensangrentada. La historia del chaval es simple, ha decidido asistir a la oración de los domingos junto a los católicos. Su padre y su hermano se enfadan y le dicen que no puede ir. Es la tercera vez que le dan una paliza, en esta ocasión le han dejado molido a palos, sin conocimiento, en medio del campo. El chaval no ha vuelto a su casa, se ha dirigido al presidente de la comunidad y al catequista, y estos al misionero. Intentarán solucionar las cosas por las buenas, antes de recurrir a la policía. El chico ha dicho que aunque le peguen el seguirá yendo a la oración, pues de verdad quiere seguir el camino de Jesús. ¡Qué grandes son los más pequeños! Hay que tener valor y convicción en lo que uno cree. Jesús, el misionero, le impuso la cruz de la primera etapa. Nosotros, conmovidos, no nos queda más que rezar para que ese chico pueda ejercer y vivir con libertad y paz lo que cree con profundidad. Una vez más nos llevamos en la mochila una lección de valentía que sólo puede dar Dios.