El domingo pasado fuimos de visita a las
misiones de Kalale y Buka. Tengo una presencia muy especial estos días conmigo,
pues mi madre está aquí, con mi madrina y mi hermana pequeña. En Buka nos
encontramos a Jesús, el misionero que actualmente está allí, con el presidente
de la comunidad, el catequista y un chico de unos 12 años que estaba con la
camiseta totalmente ensangrentada. La historia del chaval es simple, ha
decidido asistir a la oración de los domingos junto a los católicos. Su padre y
su hermano se enfadan y le dicen que no puede ir. Es la tercera vez que le dan
una paliza, en esta ocasión le han dejado molido a palos, sin conocimiento, en
medio del campo. El chaval no ha vuelto a su casa, se ha dirigido al presidente
de la comunidad y al catequista, y estos al misionero. Intentarán solucionar
las cosas por las buenas, antes de recurrir a la policía. El chico ha dicho que
aunque le peguen el seguirá yendo a la oración, pues de verdad quiere seguir el
camino de Jesús. ¡Qué grandes son los más pequeños! Hay que tener valor y
convicción en lo que uno cree. Jesús, el misionero, le impuso la cruz de la
primera etapa. Nosotros, conmovidos, no nos queda más que rezar para que ese
chico pueda ejercer y vivir con libertad y paz lo que cree con profundidad. Una
vez más nos llevamos en la mochila una lección de valentía que sólo puede dar
Dios.