Nestor con su mujer nos visitaron en casa |
Un
domingo llegué a una de nuestras comunidades a celebrar, allí me encontré al
presidente de los catequistas de nuestra parroquia. Iba con las manos sucias y,
como es costumbre, me ofreció la muñeca para que estrechase mi mano y no
manchármela. Era justo antes de empezar la celebración y era extraño, pues como
todos, se pone muy elegante y limpio para la misa. Sospechaba el porqué de la
situación, pero aun así le tome el pelo. “¿Cómo llevas las manos tan sucias
justo antes de la celebración?” El Evangelio de aquel día hablaba precisamente
de los que van limpios por fuera, pero por dentro dejan mucho que desear. Luego
continué “parece mentira que un hombre como tú no esté bien aseado para la
celebración”. Me miró fijo a los ojos y me dijo que tenía razón, nada más. Pero
yo sabía que había algo más y continué. “No será que te ha tocado limpiar toda
la capilla porque no estaba preparada y limpia a tiempo por quienes les tocaba
hacerlo”. Él, como con vergüenza asintió. Me descubro ante gente de este
calibre, que ejerciendo un puesto importantísimo y reconocido en la comunidad,
haciendo horas y gastando su poco dinero, siempre que hace falta, en favor de
cualquiera que le necesita; no tiene ningún problema en remangarse y hacer el
trabajo que otros han dejado de hacer por el motivo que fuera. Para evangelizar
hay que estar dispuesto a tener las manos sucias y llenas de porquería de vez
en cuando.