Da gusto ver una nueva vida y verla sonreír |
Algo
de lo que no os he hablado hasta ahora es de las noches que viene alguna mujer
a sacarnos de juerga. En mi caso, como mi sueño es profundo, les ha tocado
salir más a mis compañeros que a mí, pues ciertamente yo cuando ronco no suelo
enterarme de nada. La cuestión es que el pasado lunes por la noche, alrededor de
la una y media, momento en el que me encontraba solo e la misión, oigo la voz
de dos mujeres que vienen a sacarme del merecido descanso. Os recuerdo que fue
un día intenso de emociones con el anuncio de la renuncia del papa y por
supuesto con el trabajo para mí solo. Efectivamente, la ayudante de la
comadrona y otra mujer me dicen lo que ya suponía, otro parto difícil. Así que
se van a la maternidad, yo me visto, preparo el coche y me voy a la maternidad
más dormido que otra cosa. En ese momento le pedí al Señor que no me entrase
sueño en el regreso del hospital, que está a cuarenta kilómetros por pistas de
tierra. La verdad es que no estaba nervioso porque el parto se diera en el
coche. Cuando llegué allí, abrí las puertas del coche para que entrasen la
parturienta y la ayudante de comadrona, dispuesto a emprender el viaje y llegar
a tiempo para salvar a la criatura mediante una cesárea. Allí no salía nadie,
así que me acerco a la puerta y digo, que ya estoy aquí. Lo que me encuentro es
una mujer en el suelo, lleno este de sangre y dos hermosos gemelos atendidos
por la comadrona y su ayudante. Al final no hizo falta hacer el servicio. Así
que felicité a la mamá y vuelta para casa a intentar dormir otro poco antes de
que sonara el despertador a las seis y media de la mañana para comenzar una
jornada apretada. Aunque al día siguiente estuve un poco cansado, doy gracias a
Dios porque me concedió la capacidad de escuchar la llamada de auxilio y pude
responder. Cuando están los compañeros, creo que Dios les prefiere a ellos como
ambulancieros nocturnos.