Un poco más de dos meses después de haber
dejado la misión, habiendo pasado por alguna reparación técnica por
parte de los médicos y haberme arreglado algún órgano que no iba del todo bien,
y por supuesto, haber disfrutado de la familia y amigos, vuelta al trabajo.
Pero no como otros años que nada más llegar a Cotonou, ya estabas haciendo los
preparativos para subir corriendo al norte e incorporarte a las tareas de la
parroquia. Sino que este año, al llegar al aeropuerto, con todo muy bien organizado,
te hacen dos pruebas para comprobar que no tienes el famoso bicho y no
contaminarás el país. El resultado del PCR te lo dan tres días más tarde en
teoría, si has podido pagar. El jueves cambiaron el sistema de pago y ahora hay
que hacerlo electrónicamente, no vale con dinero contante y sonante. Por si
fuera poco, hay que conseguir la cita en un teléfono que no siempre cogen. Con
todos estos requisitos, después de haber aterrizado el martes, conseguí que me
dieran el resultado de la prueba y devolvieran el pasaporte el sábado, eso sí,
esperando dos horas y eso que íbamos con hora dada. Por suerte todo fue bien y
al final hemos llegado a la misión. Otra sorpresa, y muy grata, es que están reparando
la carretera principal del país para subir al norte, ya han abierto un buen
tramo, pero sigue habiendo kilómetros de caminos de tierra, de desvío. Y sí,
tuvimos mala suerte, aunque algo común, es época de lluvias y unos camiones se
quedaron hundidos en medio del camino. Después de una hora de esperar en medio
de la nada, nos propusieron a algunos coches tomar un camino alternativo. Así
lo hicimos y pudimos por fin llegar al destino. Agradeciendo al padre Edgar que
cubra la ausencia por vacaciones como cada año, he llegado a la tan querida
misión de Fo-Bouré. Aquí sin coronavirus ninguno, en general hay muy poco en el
país, pero con las pandemias de siempre, como la malaria y otras. Vuelta a la
vida diaria y a la pasión por lo que hacemos.