En el
día de hoy todo son buenos deseos para el año que viene. Quizá si mantuviéramos
esa actitud a lo largo de todo el año, nuestra manera de mirar la realidad del
mundo cambiaría, y algo todavía mejor, cambiaríamos la manera de vivir y
comprometernos. Mi deseo es que el niño Dios, que es el Príncipe de la Paz, nos
haga a todos vivir en Paz, no sólo el año que viene, sino el resto de nuestras
vidas. Paz interior que falta muchas veces, motivada por demasiadas
preocupaciones que nos imponemos y también por nuestros errores en nuestros
comportamientos. Paz exterior que falta en todo el mundo, pero de manera
especial en este continente africano, donde cada día surgen conflictos y
violencias. Los niños miran con ilusión y expectación las cosas del día a día,
incluso las más simples y corrientes. Recuperemos esa ilusión, aunque nuestra
vida no sea todo lo “limpia” que nos hubiera gustado. Disfrutemos de lo que
merece la pena y de quienes merecen la pena. Hay mucha gente que nos quiere,
aprendamos a reconocerlos y apreciarlos
a lo largo de nuestra vida. Que el año que entra nos traiga a cada uno la buena
noticia de sentirnos inmensamente amados. Que hagamos entre todos un feliz año
dos mil catorce para la humanidad.