Iba a haber titulado este escrito como malditas
adicciones, pero me he dado cuenta de que hay gente que tiene adicciones a cosas
buenas y que no les hace esclavo de ellas, cosas sanas y sentimientos
positivos. Sin embargo, hay demasiadas adicciones que nos esclavizan, nos
destruyen como personas y nos hacen perder la dignidad. Por desgracia esto pasa
en el mundo entero. Yo pensaba que entre la gente más humilde del planeta no
habría tantas, pero sí las hay. El otro día tuvimos que internar a un
catequista de la parroquia para ser tratado de su adicción al alcohol y los
comprimidos. Cuando no tienes mucho que hacer durante la tarde, y te has pasado
el día en el campo, cuando no tienes ninguna afición, ni posibilidad de entretenerte,
es fácil caer en el “vamos a tomarnos algo” que suele ser un alcohol
tradicional de fuerte graduación. Esto entre los hombres de estos pueblos es,
con demasiada frecuencia, una costumbre instaurada. Sobre todo, los días de
mercado y los domingos. Algunos saben controlar y no se aficionan mucho, pero
más de los debidos no saben parar y acaban bebiendo a diario, de hecho, el
alcohol es lo que ingieren desde primera hora de la mañana. Cuando les dices
que tienen un problema, siempre contestan que lo tienen controlado y que lo
pueden dejar cuando quieran, pero no es verdad. Aquí no hay muchos medios ni
soluciones para ayudarles, y el ambiente tampoco es favorable para ello, pues
de hecho a los borrachos no les dan dinero para comer, pero si para beber. Cuando
fui a saludar el otro día al catequista, me lo encontré con la cabeza
totalmente perdida, lo sujetaban los de la familia y acababa de tener un accidente
con la moto. Estuvo a punto de llevarse por delante a los hijos pequeños de su
vecino, que por supuesto estaba que trinaba. Le hice una cura de urgencia a sus
pequeñas heridas e intenté poner un poco de paz con el vecino. Le dije a la
gran familia que había que llevarlo al dispensario de las monjas donde intentan
medicarles para tenerlos sedados y ver que podemos hacer.