Al poco tiempo de mi llegada a Benin tuve la
suerte de conocer en Natitangou a las hermanas franciscanas de la pequeña familia
de María, una congregación panameña que lleva en Benín quince años. El nombre
es muy largo, por lo que por aquí las llamamos las petitas. Gente sencilla,
acogedora, cariñosa, con ternura y mirada limpia. Siempre ilusionadas con sus
proyectos y sobre todo con la vida de oración. Cada vez que alguien venía a
visitarme, normalmente conocían a estas buenas amigas, y todo el mundo se sintió
como en casa, pues nos abrían las puertas de su hogar como si fuéramos alguien más
de su familia. Por desgracia las hermanas han sido reclamadas por el obispo de
origen para que vuelvan allí. Les obligan a cerrar la misión, son de derecho diocesano
y no pontificio. Con gran dolor de corazón tienen que obedecer, aunque no
entiendan la decisión, pero no se van de vacío. Han dejado, con su presencia a
lo largo de estos pocos años, un recuerdo muy especial en medio de sus gentes,
son mujeres que han sabido amar desde la sencillez de S. Francisco y con la
humildad y acogida de María. Tienen una chica que acaba de hacer los votos
temporales, a ella le han ofrecido quedarse en Benín, pues es lugareña, y
buscarle alguna solución, u otra congregación donde poder vivir su vocación.
Pero Chimene, que es como se llama, es valiente y está enamorada de su
vocación, así que también se va a Panamá, por lo menos a intentarlo. Es la
riqueza de la Iglesia, sabemos que no importa donde estemos, pues siempre nos
encontramos en familia. Una vez más la vida nos enseña que toca separarse de
gente a la que has cogido cariño y amado, pero la misión continua para todos.