El fin
de semana pasado estuvimos en la primera peregrinación, sólo de niños,
organizada por la diócesis, en el santuario de Nuestra Señora de la Paz. Esta
nueva iniciativa hizo que se doblase el número de niños respecto a otras
peregrinaciones, tuvimos más de dos mil seiscientos niños. A parte de decir que
fue agotador, por su intensidad y animación, debo remarcar que sigue
sorprendiéndome gratamente el ver como estos chavales se movilizan para pasar
dos días juntos. Como llegan en camiones y furgonetas, donde van de pié y pasan
bajo el duro sol un par de horas o tres. Pero no es para jugar al fútbol o cualquier
otro tipo de competición como las que hay en España. Están deseando juntarse
para compartir su fe, sus cantos y bailes a Dios, para poder rezar juntos y
sentir que no están solos o en minoría como les pasa en sus pueblos. No tienen
ninguna pereza a la hora de asistir a la catequesis, o de rezar delante del
Santísimo, y como no, de rezar el rosario por el pueblo comiendo una cantidad
de polvo que se te mete en los pulmones y no te deja casi respirar. Adoran la
fiesta y pasárselo bien, pero no se olvidan de lo esencial que es compartir lo
más profundo y serio que tienen en sus vidas, la fe. Alguno podrá decirme que
es porque tienen pocas opciones, y tampoco tienen otro tipo de distracciones,
entonces no me queda otra cosa que responder, bendita pobreza.