Hace un tiempo
inauguramos unas centrales solares que dan electricidad a dos pueblos. El
presidente del gobierno se enteró de dichas inauguraciones y dijo que vendría a
hacerlas él. Nos cambió el día y nos convocó a la una del mediodía en un pueblo
para que luego nos dirigiéramos al otro. A las cinco y media de la tarde,
cuando todo el pueblo estaba expectante y todas las autoridades locales
esperaban, los chavales, que tienen un oído agudísimo escucharon el
helicóptero. Allá lejos en lontananza se vio pasar el helicóptero del señor
presidente, pero ¿a dónde se dirigía? Pues al otro pueblo donde debíamos ir más
tarde. Nuestro cónsul fue informado de que el camión que debía repostar el fuel
para el helicóptero se había equivocado de camino y que vendría a hacerlo al
pueblo donde estábamos, por lo que cambió el itinerario. Alrededor de las seis
de la tarde apareció por fin el presidente de la república con su helicóptero,
la emoción se palpaba en el ambiente, por dos razones, por la presencia del
jefe del estado, pero también por la presencia del helicóptero que no habían
visto jamás. Llegó como una estrella, todo a la carrera, dijo que había sido él
quien había hecho la instalación, nos dio las gracias y se fue corriendo. En mi
corazón europeo había más bien indignación, pero la gente del pueblo recordará
ese día durante muchos años, con ilusión, con agradecimiento y con orgullo. El
presidente con su pájaro volador ha estado en nuestro pequeño pueblecito, lo que
van a presumir. No les importó la espera, ni el cansancio, ni los empujones de
los militares. A mi se me quedó la cancioncilla metida en el cuerpo.
¡Americanos, os recibimos con alegría...