El otro día, en una de esas vueltas que me doy
con la bici para mantenerme en forma, intenté conocer nuevos caminos. Después
de las explicaciones de Jean Eudes, probé suerte y disfruté de un camino nuevo,
bonito y con sombra. Dios me regaló el que se me cruzase un cerdo verrugoso
delante de mí, algo realmente inusual por estos parajes. Al llegar a unos
veintidós kilómetros de recorrido, encontré la casa de la que me había hablado
Jean, pero lo que no encontré fue el camino tan claro que me había dicho que
tenía que tomar. Probé por un lado y no era, según me indicaba la alta
tecnología del GPS, retrocedí un poco y a probar otro camino, tampoco resultó
ser, aunque el aparato me decía que no iba desencaminado, la gente que encontré
en medio de la foresta me dijo que no había camino para retornar a casa. Así
que vuelta atrás y a rehacer los caminos. Al final me pegué cincuenta y dos
kilómetros de bici a una temperatura ciertamente curiosa. Pude parar en una
bomba de agua de los peul y saciar mi sed. Esto me hizo ver que la vida es así.
Queremos tomar caminos nuevos y pensamos que por ir bien equipados todo está
solucionado. Dinero, comodidades, alta tecnología. Pero los caminos de la vida
no siempre son fáciles, se vuelven estrechos y la gente que encontramos no nos
sabe guiar. Al final la mejor manera de no perderse, es llevar alguien que te
acompañe y que sea de confianza. Para eso tienes que saber que te quiere. A mí me faltó Jean, pero no me falta Dios en
mi caminar por la vida. Aunque a veces me despisto y me pierdo un poco, no pasa
nada por deshacer lo andado y recuperar la buena senda.