lunes, 9 de marzo de 2015

Perderse

 El otro día, en una de esas vueltas que me doy con la bici para mantenerme en forma, intenté conocer nuevos caminos. Después de las explicaciones de Jean Eudes, probé suerte y disfruté de un camino nuevo, bonito y con sombra. Dios me regaló el que se me cruzase un cerdo verrugoso delante de mí, algo realmente inusual por estos parajes. Al llegar a unos veintidós kilómetros de recorrido, encontré la casa de la que me había hablado Jean, pero lo que no encontré fue el camino tan claro que me había dicho que tenía que tomar. Probé por un lado y no era, según me indicaba la alta tecnología del GPS, retrocedí un poco y a probar otro camino, tampoco resultó ser, aunque el aparato me decía que no iba desencaminado, la gente que encontré en medio de la foresta me dijo que no había camino para retornar a casa. Así que vuelta atrás y a rehacer los caminos. Al final me pegué cincuenta y dos kilómetros de bici a una temperatura ciertamente curiosa. Pude parar en una bomba de agua de los peul y saciar mi sed. Esto me hizo ver que la vida es así. Queremos tomar caminos nuevos y pensamos que por ir bien equipados todo está solucionado. Dinero, comodidades, alta tecnología. Pero los caminos de la vida no siempre son fáciles, se vuelven estrechos y la gente que encontramos no nos sabe guiar. Al final la mejor manera de no perderse, es llevar alguien que te acompañe y que sea de confianza. Para eso tienes que saber que te quiere.  A mí me faltó Jean, pero no me falta Dios en mi caminar por la vida. Aunque a veces me despisto y me pierdo un poco, no pasa nada por deshacer lo andado y recuperar la buena senda.