Algo
habitual en estas fechas es preguntar con quién vas a cenar la Noche Buena y
comer el día de Navidad. Yo no soy distinto a los demás y también se me
pregunta lo mismo. Tengo que decir que, como no podía ser de otra manera, esa
noche santa, donde el contemplar el nacimiento del niño Dios es algo verdaderamente
emocionante e impactante, mi cena consiste en celebrar dos eucaristías donde
bautizamos niños pequeños. Algo realmente significativo. Pues las celebraciones
son participadas y con una alegría que desborda por todas partes. Una gran cena
cuando no se puede estar en casa con padres y hermanos. Estar con el Dios más
indefenso, más sencillo y a la vez el auténtico mensajero de la Paz. Poder
cenar el cuerpo y sangre de Cristo junto a esta familia es algo realmente
entrañable. Poder seguir viendo el nacimiento de Jesús entre esta gente es un
regalo diario. Lo veo en los brazos de la hermana Felicité acogiendo niños
desnutridos; en la sonrisa de Lauraine cuando desnuda, con sus dos añicos,
viene a la misión a saludarnos y en muchas cosas más de cada día. Espero que
todos podamos disfrutar de las cosas sencillas este año que entra.
miércoles, 31 de diciembre de 2014
jueves, 18 de diciembre de 2014
Derribar muros
La
semana pasada el alcalde nos avisó que el imán principal de Sinende había
fallecido. Rápidamente nos pusimos en contacto con el presidente y el
catequista de esa comunidad para que se hicieran presentes en las ceremonias.
Aprovechando que esa tarde pasaba por allí, decidimos que me acercaría a
saludar y acompañar en el dolor a los musulmanes de esa comunidad. Al llegar me
encontré al presidente y al catequista y les pregunté si habían hecho una
oración por el difunto, me dijeron que no habían tenido el ofrecimiento para
hacerlo. Por lo que pensé que habría que ser discreto y limitarme a los saludos
de rigor. Al llegar me acogieron cariñosos y saludamos a todo el mundo, fuimos
a la habitación de la viuda y le dimos las condolencias en baribá. Al terminar,
los hombres habían colocado unas sillas para nosotros y ellos entre sillas y
esterillas se sentaron alrededor. Les di las condolencias, saludos varios y les
dije que me disponía a marchar. Cuál fue mi sorpresa cuando me pidieron que hiciera
la oración. Así que comencé santiguándome, recé el Padre Nuestro y luego pedí
por el difunto y porque Dios les iluminase en la elección del nuevo imán.
También aproveché la oración para pedir que siempre trabajásemos junto en favor
de la paz. Al terminar, todos estrecharon mi mano y me dieron las gracias por
la oración y dijeron que les había gustado mucho. En ocasiones con pequeños
gestos se derriban grandes muros, es cuestión de no juzgar antes de tiempo.
jueves, 4 de diciembre de 2014
Dar la vida ¿merece la pena?
A lo
largo y ancho de la historia y el mundo ha habido gente que ha dado su vida por
diferentes motivos. No me quiero olvidar de todos esos que la han dado por
algún motivo altruista. El caso es que el otro día murieron en el hospital de
Tanguieta cinco personas, un niño que apareció con una enfermedad y que
contagió al pediatra, su ayudante y dos enfermeras. Los cinco descansan en paz.
La enfermedad es la fiebre de Lassa, que por lo visto es endémica de África
Occidental, prima hermana del tan conocido ébola. Los síntomas parecidos y las
muertes que causa anualmente en esta zona de África son de cinco mil personas
al año. Lo “bueno” que tiene es que si se detecta a tiempo tiene un medicamento
que la cura. El problema es que no es fácil su detección, sobre todo por estos
lares, cuando los síntomas iniciales son parecidos a la malaria. El otro
problema como siempre es el coste del medicamento, no es caro para Europa, pero
sí para la gente de esta tierra. Dicen que esta enfermedad causa la muerte, en
su mayoría, a gente que se dedica a la sanidad. Gente que dedica su vida a
intentar salvar la de muchos otros y que asumen que esto les puede costar la
suya. Tengo claro que merece la pena dar la vida por aquellos que no tienen
quien les defienda ni les asegure un mínimo de condiciones dignas para
sobrevivir. Eso es dejar de pensar, por una vez, en uno mismo todo el rato y
pensar un poco en el bien común. Claro que yo sigo a Jesús, que dio su vida
para salvar la de todos.
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