Hace
un tiempo ocurrió algo que me pareció sorprendente. Un domingo llegué a
celebrar a una de las comunidades y no había nadie. Al verme llegar los vecinos
de alrededor acudieron, pero me hicieron saber que los catequistas habían dicho
mal la hora. Yo no podía esperar pues tenía que ir a otro pueblo después, donde
teníamos una celebración importante. El presidente de los catequistas, que
pertenece a esa comunidad llego tarde, con cara de preocupado al ver que la
misa estaba ya empezada y que había poca gente, le vi marchar. Yo no sabía que
le había pasado, si estaba enfadado o qué. El caso es que al terminar, cuando
llego a la pequeña sacristía, me lo encuentro de rodillas delante de la cruz y
llorando como un desconsolado. Le digo que no se preocupe, que fallos tenemos
todos y que no era únicamente responsabilidad suya. Pero él contesta, mompe
(así nos llaman a los sacerdotes aquí) he dejado a mi comunidad sin la misa, y
es lo más importante que hacemos en toda la semana. Ciertamente me tocó una vez
más el corazón ver con que profundidad vive su fe esta buena gente.