Esta semana he comprobado como
ciertos agujeros que se hacen en el suelo resultan demasiado pequeños para lo
que sería lógico. En este caso hechos por los gando, alargados y con otro al
fondo más profundo y estrecho. ¿Por qué tan pequeños?¿Es que están cansados de
cavar los campos? Pues la realidad es que había que meter el cuerpo sin vida de
una niña de doce años, y el siguiente, más pequeño aun, para una niña de dos
años. Cuando rezo junto a la comunidad delante de estas tumbas de tierra que se
encuentran junto a las casas, siempre me viene la misma pregunta. ¿Qué podemos
hacer ante tanta muerte injusta? Y digo injusta porque la mayoría de estos
críos mueren por falta de medios, por desconocimiento y por tantas otras
carencias. Porque la muerte la acepto con la Esperanza en la Resurrección, pero
lo que me cuesta más aceptar es un mundo tan desigual y con tanta gente
careciendo de lo más básico. En el momento que intento enviar este blog, me llaman diciendo
que un bebé que bauticé esta Navidad ha muerto. Los niños como siempre los más
desfavorecidos. Aun así juegan, ríen, trabajan y corren por estos pueblos
llenándolos con un sonido que es música para los oídos.