La
otra tarde cayó una buena tormenta, vino acompañada de granizo, que por esta
zona no es muy habitual. Salí a hacer unas fotos y me encontré que todos los
chavales del madeb estaban recogiendo con alegría e ilusión las pequeñas bolas
de hielo. La algarabía era formidable, reían, disfrutaban, se las metían en la
boca o se las enseñaban a los amigos. Una vez más, esto me hace ver con que
poco se conforma esta gente. Pero en realidad, lo que realmente se encuentra detrás
de este hecho, es que hay gente en el mundo que sigue sabiendo disfrutar y
saborear las cosas sencillas que regala la vida, la naturaleza, los otros. Que
siguen aprovechando cualquier ocasión para reír a gusto y compartir lo
cotidiano con quienes les rodean. Supongo que en este tiempo de Pascua, el
sentir la verdadera alegría de saber a Jesucristo vivo entre nosotros, poderlo
reconocer en la gente sencilla, es un motivo más que suficiente para sonreír y poder compartir mi gozo. Renuncio
voluntariamente a tener que alegrarme o sonreír solamente cuando ocurra algo
extraordinario o formidable en mi vida, cuando obtenga algo sensacional, que
los demás no puedan tener. Esta gente dibuja sonrisas en mi cara cada día, con
las cosas y acciones más corrientes que se pueda imaginar.