El pasado domingo, con motivo del día de las
misiones, recibí unos cuantos correos de felicitación. La verdad es que me hace
ruborizar las cosas que alguno piensa de mí y de mi labor por estos lares. Creo
sinceramente que se sobrevalora la misión que hacemos los que estamos lejos de
casa. Es cierto que hemos renunciado a los nuestros, pero también estamos
realizando una labor que llena del todo nuestra vida. No está exenta de
dificultades y momentos duros, pero ¿qué vida está exenta de eso? En
definitiva, me parece que el problema es que se minusvalora la labor que mucha
gente está realizando en su casa, sin salir lejos de ella. Una labor callada,
una labor constante, un trabajo incansable para mejorar nuestro mundo. Sin
haber mamado eso, yo hubiese sido incapaz de plantearme algún día venir hasta
este recóndito lugar. Esa labor que continua haciendo tanta gente es la que me
sostiene cada día para intentar realizar mi misión de la mejor manera posible.
Sin vuestra oración, sin vuestras ayudas materiales, pero sobre todo, sin
vuestro cariño sincero, no sería capaz de afrontar este reto. Creo sinceramente
que he tenido la suerte de sentirme a lo largo de la vida muy querido, y mi
labor principal aquí es saber querer de manera profunda a cada uno de mis
parroquianos. Yo soy sólo la punta del iceberg, sois vosotros los que estáis
amando profundamente a esta gente. Dios me ha mostrado siempre su Amor y Amor
con amor se paga.