martes, 22 de noviembre de 2011

Vamos de peregrinación

Algunos no podían dejar de mirar el mar
Con motivo de la visita del Papa a estas tierras, el pasado viernes comenzamos, con veinticuatro de nuestros catequistas, nuestra peregrinación a Cotonou. Fuimos con la gente de la parroquia de Bembereke. En total pasábamos de las cincuenta personas. Una experiencia interesante, sobre todo cuando una hora después de haber salido se rompió una amortiguación del coche que yo llevaba lleno de gente. Imaginaros la situación con los baches que hay por estos caminos y carreteras. No había otra posibilidad más que continuar con las, por lo menos, siete horas de viaje que quedaba por realizar. Con algún que otro problema más que surgió en el motor, al final conseguimos llegar a la casa de mensajeros de la paz en Cotonou. Allí fuimos acogidos con todo el cariño y con las tiendas que habían preparado para nuestra estancia de tres noches. Nuestra gente pasó el viaje en la parte de atrás de las rancheras, llegaban llenos de polvo, o más bien tierra y con el agotamiento de haber pasado unas diez horas de viaje, sentados o de pié, en no muy cómodas circunstancias. Lo cierto es que tienen una resistencia a prueba de bombas. Después de lavarse y cambiarse de ropa les llevamos a la playa. Para mí fue un regalo ver las caras de asombro y emoción que tenían ante semejante espectáculo. Era el mar, la mayoría jamás lo había visto, ni lo había escuchado.  Algunos grababan el sonido en sus móviles, otros con bidones cogían agua del mar y se quedaban alucinados al ver que era salada. También los había que no se acercaban ni por asomo. Las preguntas eran de lo más variopintas, ¿hay algo al otro lado? ¿Dónde acaba? Una vez más, ese atardecer precioso que nos regaló Dios, se convirtió para mí en el regalo de poderme emocionar viendo como nuestros catequistas disfrutaban de esa nueva experiencia.