Hace
algo más de una semana hicimos el campamento diocesano de niños. Fue bastante
bien y tuvo una gran participación, rondábamos los 500 niños. Como es
costumbre, al terminar, hicimos la cadena de la amistad, consiste en hacer un
circulo con los brazos cruzados y dándonos las manos. Cantamos el canto de
despedida, y para terminar, vas pasando por el círculo dando la mano a todos y
despidiéndote uno por uno. Al final das la mano dos veces a todos. Os podéis
imaginar que apretar la mano tantas veces conlleva bastante tiempo. Aquí eso no
importa, los saludos en esta cultura son importantísimos, no tienen prisa a la
hora de saludarse y despedirse, es costumbre en la vida diaria. Imitando lo que
hacen cada día en sus pueblos, fueron a saludar por las calles y a los
representantes del pueblo donde hacíamos el campamento, alcalde, reyes, imanes, pastores
evangélicos, durante una mañana entera. Alguno puede pensar que es una pérdida
de tiempo inútil, que se puede hacer todo más rápido. Entonces ¿dónde queda el
interés por el que te has encontrado, y por los suyos? ¿No importa la persona
con la que te encuentras o has compartido aunque sea dos minutos? Aquí siguen
teniendo claro lo importante que es saludarse, recordarse, visitarse,
acompañarse. En cuanto alguien falta de la comunidad, siempre hay alguien que
irá a ver si todo está bien. ¿Cuándo perdimos esa sensibilidad en nuestra vieja
Europa? ¿Por qué la perdimos? Qué bueno es “perder” el tiempo en ser cuidadoso
y delicado con los demás.