lunes, 23 de mayo de 2016

Buscando el Amor de Dios

 El viernes pasado, aprovechando la luna llena, hicimos una peregrinación con la gente de nuestra parroquia hasta la puerta de la misericordia de nuestra diócesis. A dicha peregrinación se sumaron otras parroquias. La hicimos por la noche para intentar evitar el excesivo calor, aunque fue una noche de bochorno. La gente estaba deseosa de encontrarse con la Misericordia de Dios y de hacer un esfuerzo, en mi opinión grande, para encontrarla. Unos treinta y cinco kilómetros de distancia teníamos que recorrer por senderos y caminos de tierra, sólo los dos últimos eran por asfalto. Salíamos a las ocho de la tarde con un nutrido grupo de gente, jóvenes, adultos, mujeres con sus niños en la espalda, ancianos. Gente alegre y con ganas de compartir la experiencia, pasaban de los cuatrocientos los que participaban de nuestra parroquia. Ya podéis imaginar el calzado, o sandalias o descalzos. Yo eché en falta tener los pies como ellos, pues me surgieron las indeseadas ampollas y mi peregrinación terminó a los veintiséis kilómetros, los últimos los hice en el coche escoba. Realmente emocionante era ver las caras de ilusión y alegría que tenía la gente, y eso que era de noche. Como se ayudaban y se preocupaban los unos por los otros. Cortaban ramas para hacer bastones, cargaban con los bultos de aquellos a quienes les fallaban las fuerzas. Cogían de la mano a quien no llevaba buen ritmo. A lo largo del camino fuimos encontrando y viviendo el Amor de Dios, la delicadeza, la ternura, los pequeños detalles que hacen de la convivencia algo maravilloso y no una tortura. La llegada al santuario, sin haber dormido en toda la noche y con el cansancio que llevábamos, fue  muy alegre. La gente se confesó con profundidad y la celebración de la Eucaristía estuvo emotiva. Yo debo reconocer que alguna cabezada me pegué durante la homilía, pues me pudo el sueño.