Rosine |
El miércoles pasado me
toco celebrar el entierro de Rosine, justo el mes que cumplía veintiún años. El
cáncer, gracias a Dios, se la ha llevado sin alargar mucho su agonía. Hace
tiempo que no me pregunto el porqué de la enfermedad y de la muerte, pues he
aceptado que nuestra condición humana es limitada. La gran pregunta es cómo puede
este mundo seguir siendo tan desigual. Hoy en día hay medios suficientes para
que todo el mundo pueda acceder a unos mínimos higiénicos-sanitarios. Se me ha
hecho muy duro ver a una joven moribunda escupiendo sangre en una esterilla en
el suelo. Se me ha hecho muy duro sólo poder darle paracetamol para los
inmensos dolores que debía estar sufriendo.
Pero debo decir que
también ha sido un regalo el contacto con ella. Verla serena, sin quejarse, lo
más que decía es que le costaba respirar o dormir. Pero no la oí una queja
contra el dolor, no escuché ninguna protesta contra Dios de sus labios. Rosine
se bautizó en el año 2009 y ha muerto como ha vivido, enganchada a la Vida que
es Cristo. Deseando que la llevásemos la eucaristía, habiendo recibido la
unción de enfermos después de haberse confesado de manera profunda. Realmente
emocionaba ver como rezaba con dificultad, porque le costaba hasta respirar, pero sabiendo que de la oración y la
eucaristía es de donde sacaba las fuerzas.
De Rosine he recibido
una lección de las que es difícil olvidarse, ha sabido morir en paz porque ha
sabido vivir en paz.