Hace unos días fui a
hacer la catequesis a un pueblo gando, donde la miseria se puede tocar de cerca
en muchas familias, una miseria peor que la de la media, así que imaginaros. El
caso es que me sorprendió no ver a Elisabeth en la catequesis, ella siempre es
fiel al encuentro. Esta chica fue operada de mayor para que pudiera andar, a
causa de la polio estaba impedida. La misión costeó la operación y
rehabilitación. Pregunté por su ausencia y me dijeron que había sido madre. Así
que decidí ir a saludarla. Cuando entré en la casa se me cayó el alma a los
pies al ver las condiciones de la choza, lo cierto es que la tenía limpia y
recogida, pero con grandes huecos en la paja del techo y con una de las paredes
de barro que no creo que aguante de pie en la época de lluvias. Allí estaba
ella junto a su bebe. Claramente era un bebe prematuro, pregunté si tetaba bien
y me dijeron que sí. Pero el crío estaba claro que necesitaba cuidados. Ella lo
había parido en casa, sin ninguna asistencia profesional. Les dije que había
que llevar al niño al dispensario de las hermanas para que en el centro
renutricional intentaran que ganara peso y cuidarlo. La abuela estaba en
contra, pero convencí a la comunidad para que presionaran. El niño nació el
lunes, yo le vi el viernes y fueron al centro el domingo. Después de unos días
allí el niño murió. Este niño no saldrá en ninguna estadística, no habrá salido
en el último informe del PNUD sobre desarrollo humano, en el que estamos en el
puesto 166 y en el que se declara que estamos por debajo de la media del Africa
subsahariana. Difícil que pueda salir mucha gente en esas estadísticas cuando
no cuentan para nadie y no van a ningún sitio oficial a tratarse. Por suerte, estos son los primeros que Dios, en sus
estadísticas, lleva en su cabeza y en su corazón.