Un niño cualquiera, al que le gusta lo que a todos los niños |
Podría hablar de ello por todos los generosos paquetes que llegan
a la misión con los dulces navideños, cosa que no es buena para mi salud
física, pero si para la mental y mi consabida glotonería.
Quería contaros
la experiencia que tuve el domingo pasado al acabar la misa de Sinande. Los
jóvenes habían preparado lo que llaman la celebración de Navidad adelantada, lo
que quiere decir en realidad, que antes de volver a sus pueblos, hacen una
representación o varias sobre la Navidad. Lo cierto es que lo hicieron de
maravilla. Durante la representación del nacimiento y adoración de los magos,
alguien lanzó unos caramelos como presente al Niño. Al principio no hubo ningún
movimiento, pero en un momento dado se abalanzaron unos renacuajos a por los
caramelos. Hubo uno, que no pasaría de los cuatro años, que cogió todos los que
pudo. En mi cabeza me vino la imagen de los críos en España cogiendo kilos y
kilos de caramelos para guardarlos en sus armarios ya repletos y no poder
acabárselos nunca. Pero así les vamos educando desde pequeños a acumular y
tener mucho, aunque sea innecesario e insolidario. Disculpé a este chaval, pues
hay que reconocer que ellos no tienen casi nunca un triste caramelo que echarse
a la boca. Cual fue mi sorpresa cuando al acercarse a los bancos, los demás
niños estiraron la mano para pedirle, el empezó a dar, de lo cual me alegré
mucho. Pensé que por lo menos compartía algo. La cosa no acabó ahí, dio los
cinco caramelos que había cogido, sí, todos, y sonriendo mostró sus manos
vacías a los que le pedían. Me quedé tocado, de primeras le había juzgado como
avaricioso por abalanzarse sobre los
caramelos, después recibí una lección de generosidad enorme. Ese niño no come caramelos
habitualmente y fue capaz de dar sin quedarse uno para gustarlo. Fue una
verdadera Navidad adelantada.