El pequeño de la izquierda es Sabi, aquí junto a sus hermanos el día de los bautizos de Sonka |
Hace
unas semanas, en el pueblo de Sonka después de la catequesis, me vino un señor
a contarme que su hijo llevaba malo tres días, con fiebre alta. Le pregunté lo
normal, qué si le había llevado al médico. Me contestó algo difícil de
comprender para nosotros, pero que aquí es del día a día. La abuela decía que
al niño lo que le pasaba es que le había caído el fetiche encima y que no lo
podía llevar al dispensario pues llevaría el fetiche a todos los que estuvieran
allí. Yo le pregunté si el quería llevarlo al médico y él me dijo que sí pero
que no se atrevía a contradecir a la mayor de la familia. Con los catequistas fuimos
a la casa y cuando vi al crío fuera sobre una esterilla y con muy mal aspecto,
al momento fui a tocarlo. Estaba ardiendo, parecía claro que tenía un paludismo
en pleno desarrollo. Así que volví a insistir al padre si quería llevarlo al
médico, volvió a decir que sí, cogí al niño en mis brazos y en voz alta dije
que cuando un crío estaba así había que llevarlo al médico y que dejarlo allí
por la historia de los fetiches era condenar a los críos a la muerte. Nadie
dijo nada, nadie se opuso. Le llevamos al dispensario de Fo-Boure y se confirmó
lo del paludismo. En esta ocasión llegamos a tiempo y estábamos en el momento
adecuado en el sitio adecuado. ¿Cuántas veces por desgracia no es así en
nuestras vidas?