miércoles, 4 de abril de 2012

Renovar las promesas ayuda a intentar cumplirlas

Veronique, una mujer alegre a pesar del dolor

 Ayer por la mañana celebramos la misa crismal en Perere. En esa misa se bendicen los oleos para los enfermos, los catecúmenos y el santo crisma que se usa en los bautizos, confirmaciones y ordenaciones sacerdotales. Pero algo muy importante que se hace durante esta celebración es renovar las promesas que hicimos los sacerdotes el día de nuestra ordenación. El Evangelio que se lee durante esta celebración es el de Lc 4, 16-21, en el cual Jesús desenrollando el libro de Isaías lee que el Señor le ha ungido a proclamar la buena nueva a los más pobres, la liberación a los cautivos, dar la vista a los ciegos y proclamar un año de gracia del Señor. Lo cierto es que se me hace un nudo en la garganta cuando reflexiono seriamente esto, pero a la vez me llena de alegría saber que un día ungieron mis manos para intentar realizarlo. Llevar a cabo esta labor con fidelidad es difícil, pero sé que cuento con muchos de vosotros, creyentes y no creyentes, que rezáis por mí o simplemente me tenéis en vuestro recuerdo. Algo que aquí se vive con facilidad es sentir la universalidad de esta llamada, pues en la celebración nos encontramos sacerdotes de muy distintos lugares del mundo. Gente como Veronique, a la cual por fin no llevaremos al hospital pues nos dijo el médico que moriría allí, me hace sentir que la opción que tomé un día de seguir el camino del sacerdocio no fue, no es y nunca será un error.