Hoy no voy a hablar de los caminos, aunque con el título
podría perfectamente hacerlo. Sino del mes de enero que termina, en el que por
desgracia he tenido que ir a bendecir tres agujeros, aunque uno ya estaba
cubierto de arena. Tres situaciones bien distintas, pero todas nos hablan de
esperanza, de una vida futura, aunque también nos encogen el corazón y de
tristeza. Al principio de mes, cuando todavía celebrábamos las fiestas de
navidad, me comunicaron la muerte de un niño de dos años y medio, ya estaba enterrado,
pero fui a rezar a su tumba, y a acompañar a la familia, una vez más, no saben
de que murió. Unos días después fue el anciano Parfait, al que estábamos ayudando
con los gastos del hospital, parece que el corazón no le aguantó más, aquí todavía
no había hecho el entierro de un bautizado, por lo que la comunidad andaba un
poco perdida. Por supuesto celebramos el funeral con cuerpo presente y fuimos
hasta la tumba. En este caso rectangular y alargada, cada etnia la hace de una
forma y con diferentes tradiciones. Dentro de los bariba hay dos formas de hacerlo,
los wasangari, que son los guerreros la hacen así. Seis días después, un hombre
joven, Abu, de una pequeña comunidad gando, donde tengo tres catecúmenos, de
los cuales dos asistían con regularidad, uno de ellos era él. Todo el pueblo
está muy tocado con esta defunción, tuve suerte, en ese momento tenía una visita
en casa de catequistas gando de otras parroquias, y me acompañaron al entierro,
al no ser bautizado no hubo misa, pero sí oraciones y bendición. Son duras
estas situaciones, sobre todo cuando en un país económicamente más
desarrollado, muchas de estas muertes no ocurrirían, aunque otras sí, pues la
muerte forma parte de nuestro existir. Pero nuestra presencia y nuestra oración
en los entierros pone su toque de esperanza. De hecho, los que no son católicos
agradecen nuestra manera de afrontar la situación, pues hablamos de la Vida, de
la verdadera Vida.
miércoles, 31 de enero de 2024
Agujeros
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