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Jesús junto a Paul disfrutando de ofrecernos una paella, 2012 |
Jesús Fernández de Troconiz, el Troco, nos dejó con el
corazón encogido el pasado día 8 de febrero. No se encontraba bien, y había
decidido irse a España a restablecerse para poder seguir ayudando, desde la
limitación de su capacidad pulmonar, a hacer la animación misionera. Pero esta
vez fue la definitiva, y en realidad lo que él deseaba. Había dejado su vida en
África y aquí quería encontrarse con el Señor. Cincuenta y un años de vida
dedicada a esta tierra, a sus gentes. Hombre acogedor, que sabía escuchar y dar
buenos consejos. A ningún misionero le faltaron sus cuidados cuando los
necesitó. También sabía regañar y mandar, una semana antes de morirse me dijo, “yo
he mandado toda mi vida y así será hasta el día de mi muerte”. Y así fue,
recordaba junto a Roberto Carlos, el diácono que le acompañó en la clínica sus
últimos días, que no hacía nada más que darle órdenes, nos reíamos por eso. Ángel,
compañero y amigo ha estado junto a él estos últimos años, le ha tocado salir
pitando de la misión para llevarle al médico cuando le daban crisis, y también
ha sabido ser dócil y obediente a Jesús. Pero me decía el otro día “cuanto he
aprendido de él”. Estuvimos hace unos días comiendo con ellos y nos dejó de
nuevo tocados el ver como Jesús cuidaba y mimaba a su compañero y amigo
Guillermo, el cual es vegetariano. Para todos los demás había buena carnaza,
aunque se quedó un poco dura y Jesús se llevó un gran disgusto. Para Guillermo
había preparado una gran ensalada, le hizo sentarse al lado suyo y se aseguró
que comiera bien y de todo, decía que estaba demasiado delgado. Jesús era así,
le gustaba desvivirse por todo el mundo y tenía metido hasta los tuétanos la
importancia que se da a la acogida en estas tierras. Espéranos en el cielo y prepáranos
una gran acogida como tú sabes hacerlo.