Con Alejandro ayudándole en las celebraciones penitenciales |
Vivimos en un mundo convulso, lleno de guerras y violencias, de desigualdades e injusticias. Esto es fruto de que cada uno nos instalamos en nuestras verdades, pensamos que sólo lo que nosotros defendemos y vivimos es lo deseable para todos. Casi nunca damos la razón a los demás e intentamos imponer nuestra manera de pensar. Que gran soberbia la que cada uno de nosotros experimentamos, en el fondo nos creemos mejores que los otros y pensamos que no necesitamos de nadie. En medio de todo este análisis que hago, que como siempre al generalizar cometo faltas contra los que nunca actúan así, me encuentro con mucha gente que comete errores, que reconoce que no vive conforme a la construcción de un mundo más fraterno y humano. Gente que reconoce que sus propios fallos les hacen daño y hacen daño a los demás. Es por eso que con una enorme humildad, descalzándose antes de ponerse de rodillas delante del sacerdote si están bautizados, o delante de la cruz si no lo están, piden perdón a Dios y le piden que les ayude a vivir de acuerdo a lo que creen. Al confesarse saben seguro que Dios les va a ayudar a vivir mejor su vida, pues aunque se reconocen con muchos fallos, uno que no tienen es creer que no necesitan del perdón de Dios para mejorar.