martes, 17 de abril de 2012

La fe da valor


Moisés en medio con su inseparable flauta en el pecho
El pasado lunes de pascua, cuando volvíamos a casa de nuestra vuelta con los jóvenes en bicicleta, nos enteramos de un problema que había sucedido en el pueblo de Siki. Allí reside Moisés con su familia en uno de los dos barrios gandos. En ese barrio son los únicos católicos, por lo que sufren a menudo insultos y desprecios de los otros. Pero tanto él como su mujer, los dos están bautizados, como sus siete hijos que hacen el catecumenado, no tienen ningún miedo a la situación, aunque es verdad que se les hace dura en muchas ocasiones. El caso es que el abuelo de la familia es de una de las religiones tradicionales más beligerantes, son los bukakari, e intentó que la hija mayor de Moisés entrara a ser poseída por los fetiches y fuera fetichesa. Si esto ocurre es muy complicado que luego puedan salir. La llevó al lugar donde se hacían las ceremonias y al verlo Moisés los siguió. Cuando Moisés vio que metían a la chica en la casa de iniciación se opuso, pero la presión de la gente era muy grande, por lo que se decidió a pedir ayuda a la comunidad católica. Fue en busca de un catequista y del presidente de la comunidad, estos le acompañaron al lugar y le dijeron que la sacara de allí. Corriendo se fueron a su casa para que no les apaleasen, entre el desconcierto la gente les dejó ir, pero el abuelo de la familia cogió un gran palo, fue a la casa y les amenazó a todos, rompió el molino de harina con el que trabaja Moisés y muchas cosas de su casa y les amenazó diciendo que si no devolvían a la chica a la iniciación de los bukakari les mataba a palos. Ellos se quedaron de pie y le dijeron que no tenían miedo, que Jesús resucitado estaba con ellos y que no pensaban devolver a la chica. Al final la chica está en Fô-Bouré por un tiempo escondida en casa de las monjas hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Al día siguiente fuimos los tres curas a ver a los responsables de la comunidad y nos contaron todo con detalles, nos fuimos todos a ver a la máxima responsable de los bukakari que pidió perdón y dijo que ellos estaban en contra de meter a ninguna chica de manera forzada. Por cierto a esta mujer la llaman kumba y venía de la mezquita de rezar, una cosa es la fe y otra la manera de alimentarse con el miedo de los otros.

miércoles, 4 de abril de 2012

Renovar las promesas ayuda a intentar cumplirlas

Veronique, una mujer alegre a pesar del dolor

 Ayer por la mañana celebramos la misa crismal en Perere. En esa misa se bendicen los oleos para los enfermos, los catecúmenos y el santo crisma que se usa en los bautizos, confirmaciones y ordenaciones sacerdotales. Pero algo muy importante que se hace durante esta celebración es renovar las promesas que hicimos los sacerdotes el día de nuestra ordenación. El Evangelio que se lee durante esta celebración es el de Lc 4, 16-21, en el cual Jesús desenrollando el libro de Isaías lee que el Señor le ha ungido a proclamar la buena nueva a los más pobres, la liberación a los cautivos, dar la vista a los ciegos y proclamar un año de gracia del Señor. Lo cierto es que se me hace un nudo en la garganta cuando reflexiono seriamente esto, pero a la vez me llena de alegría saber que un día ungieron mis manos para intentar realizarlo. Llevar a cabo esta labor con fidelidad es difícil, pero sé que cuento con muchos de vosotros, creyentes y no creyentes, que rezáis por mí o simplemente me tenéis en vuestro recuerdo. Algo que aquí se vive con facilidad es sentir la universalidad de esta llamada, pues en la celebración nos encontramos sacerdotes de muy distintos lugares del mundo. Gente como Veronique, a la cual por fin no llevaremos al hospital pues nos dijo el médico que moriría allí, me hace sentir que la opción que tomé un día de seguir el camino del sacerdocio no fue, no es y nunca será un error.