martes, 16 de agosto de 2016

Dura decisión

 El otro día se acercó a la misión la abuela de un niño que había nacido prematuramente. Por desgracia con una malformación llamada eventración. Dicha malformación, en los países ricos, se suele detectar en las ecografías y cuando los niños nacen, el equipo de cirujanos está preparado para operarle y volver a meter todos los intestinos en su sitio. Pero aquí las cosas no funcionan así. Lo primero es que en el hospital donde le hicieron la cesárea a su madre, les dijeron que era una fístula. Eso sí, les dijeron que tenían que llevar al niño al hospital de Tanguieta urgentemente. Hasta el día siguiente no encontraron una moto para coger al recién nacido y volvieron a casa. Cuando nosotros le vimos, lo primero que hicimos fue llamar a la hermana encargada de prematuros del hospital. “Hermana, ¿merece la pena que llevemos al niño hasta allí?” La contestación fue escalofriante. “Podéis enviarlo pero no se va a salvar, probablemente morirá en el viaje”. Decirle a una mujer que todo lo que podemos hacer por esa criatura recién nacida es esperar, resulta duro. Sobre todo resulta duro para los que sabemos que en nuestra tierra ese niño viviría sin más problemas. La mujer, con dolor, dijo que si no se podía salvar, que entonces guardaba el dinero para poder sacar a su hija del hospital. Junto a los de cáritas de la parroquia le dijimos que la ayudaríamos, pero eso no me quitó de la cabeza durante la noche lo injusta que resulta la muerte de esa criatura.