jueves, 28 de febrero de 2013

La envidia ¿puede ser sana?

Algunos no aguantaron el sueño

 El pasado fin de semana estuvimos en la peregrinación mariana de la diócesis. En la misa de clausura del domingo tuvimos como presidente al obispo de Lokosa que al final de la celebración, después de casi cuatro calurosas horas, dijo haber sentido envidia por el ambiente vivido durante los tres días y por la cantidad de fieles congregados. Yo os reconozco que sentí envidia cuando, después de estar sudando de lo lindo, vi como los dos diáconos le acercaban discretamente durante la celebración un vaso y una botella de agua bien fría para que pudiese beber. Ciertamente no fue un pecado capital el que cometí. Hoy renuncia el papa de su cargo, creo que es un gran gesto. La pregunta que me hago y lo que me da envidia de este gesto, es si yo sabré renunciar en su día a las cosas de las que me siento tan atado y me llenan tanto. ¿Sabré darme cuenta del momento en que ya no conecte con los jóvenes, con los niños? ¿Sabré darme cuenta de tantas cosas que uno ya no es capaz de hacer y aun así se empeña en realizarlas? En definitiva, creo que en la vida hay que hacer un continuo ejercicio de humildad y saber reconocer nuestras limitaciones, sin envidiar lo que hacen los otros o lo que tienen, pues genera en el interior un continuo desasosiego y no deja disfrutar de lo que uno si puede hacer. Lo que os puedo asegurar es que no envidio la capacidad de algunos obispos de marcarse una homilía de casi una hora con un calor mayúsculo, eso sí que no es sano para nadie.

sábado, 16 de febrero de 2013

Noche de juerga

Da gusto ver una nueva vida y verla sonreír
Algo de lo que no os he hablado hasta ahora es de las noches que viene alguna mujer a sacarnos de juerga. En mi caso, como mi sueño es profundo, les ha tocado salir más a mis compañeros que a mí, pues ciertamente yo cuando ronco no suelo enterarme de nada. La cuestión es que el pasado lunes por la noche, alrededor de la una y media, momento en el que me encontraba solo e la misión, oigo la voz de dos mujeres que vienen a sacarme del merecido descanso. Os recuerdo que fue un día intenso de emociones con el anuncio de la renuncia del papa y por supuesto con el trabajo para mí solo. Efectivamente, la ayudante de la comadrona y otra mujer me dicen lo que ya suponía, otro parto difícil. Así que se van a la maternidad, yo me visto, preparo el coche y me voy a la maternidad más dormido que otra cosa. En ese momento le pedí al Señor que no me entrase sueño en el regreso del hospital, que está a cuarenta kilómetros por pistas de tierra. La verdad es que no estaba nervioso porque el parto se diera en el coche. Cuando llegué allí, abrí las puertas del coche para que entrasen la parturienta y la ayudante de comadrona, dispuesto a emprender el viaje y llegar a tiempo para salvar a la criatura mediante una cesárea. Allí no salía nadie, así que me acerco a la puerta y digo, que ya estoy aquí. Lo que me encuentro es una mujer en el suelo, lleno este de sangre y dos hermosos gemelos atendidos por la comadrona y su ayudante. Al final no hizo falta hacer el servicio. Así que felicité a la mamá y vuelta para casa a intentar dormir otro poco antes de que sonara el despertador a las seis y media de la mañana para comenzar una jornada apretada. Aunque al día siguiente estuve un poco cansado, doy gracias a Dios porque me concedió la capacidad de escuchar la llamada de auxilio y pude responder. Cuando están los compañeros, creo que Dios les prefiere a ellos como ambulancieros nocturnos.