Bio, ese gran maestro |
El martes de la semana pasada comencé en Bembereke mis clases oficiales, con método, de Battonum, es la primera lengua que tengo que aprender en este país. Me acoge la misión de Bembereke que depende de la diócesis de Oviedo y en la que se encuentra Alejandro, un misionero de sesenta años con espíritu joven y muy jovial. Empezar a cierta edad a estudiar se hace difícil, la memoria no es tan buena como en otros tiempos, uno se cansa antes y bajo este calor intenso se hace un poco agobiante las tres horas de clase matinales. Pero si hay algo importante aquí es aprender la lengua de la gente con la que vivimos y compartimos el día a día. Para ellos el que hables su lengua te hace uno más del pueblo, dejan de considerarte extranjero. Esto sólo se puede hacer desde el abajamiento, desde la kenosis. Dios decidió abajarse para hacerse uno de nosotros y poder compartir más de cerca con nosotros, se hizo niño y creció junto a nosotros y sufrió por nosotros. Sin querer compararme a Cristo, tengo claro que me toca hacerme como un niño, que me repitan todo muchas veces, que se rían conmigo porque lo hago y digo mal. También me toca sufrir la desesperación de ver que no avanzo, de ver que pasa el tiempo y no consigo hacerme entender ni entenderles a ellos. Habrá momentos donde piense que el esfuerzo no merece la pena, pero seguro que al final, el poder ver que me integro como uno más en la vida de esta buena gente, me hará esforzarme para seguir adelante con mi empeño. Dicen que para empezar a entender un poco hacen falta unos dos años. Para comenzar, la semana pasada tuve como primer profesor a Bio, un chico que no sabía su edad pero que pronunciaba divinamente por lo que me dijeron. Él, con mucha paciencia y jugando a contar baldosas, me enseñó a decir los números del uno al diez.