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Amelia junto a un niño en el centro de renutrición |
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Nati preparando medicación |
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Luisa María recibiendo y cuidando pacientes |
El lunes de la semana pasada decidí acompañar a Juan Pablo a la población de Kakikoka a unos treinta kilométros de Parakou. La razón no era otra que instalar, a unas monjas franciscanas que allí residen, una bomba para el nuevo pozo de agua y hacer toda la instalación. Salimos a las siete de la mañana pues el viaje era largo, por supuesto nos acompañaba la cuadrilla de fontaneros que ha formado nuestro amigo Javier. Después de parar en Parakou, para hacer las compras de lo que nos hacía falta para la instalación, llegamos a nuestro destino. Allí nos recibieron seis franciscanas misioneras, tres españolas y tres beninesas. En teoría yo sólo iba para conocer la comunidad y compartir con ellas, aunque al final acabe echando una mano a la instalación de la bomba, había que bajarla ochenta metros con los respectivos metros de tubo de hierro. Ellas tienen un pequeño dispensario donde atienden todo tipo de enfermos, donde siguen haciendo milagros con lo poco de lo que disponen. Con cajas de huevos hacen incubadoras y consiguen que los prematuros salgan adelante. Niños con desnutriciones severas se recuperan y las colas en el consultorio son grandes pues la gente sabe que estas monjas, además de curar, hacen las cosas con un cariño especial. Fue una gozada compartir con ellas ese día de trabajo y poder hacer que volvieran a tener agua en la casa y el dispensario, pues estaban trabajando sin agua corriente. Allí hace unos años, una joven franciscana española de cuarenta años perdió su vida por estos caminos y por esta gente. Ver estas situaciones y recordarlas me hace sentir cada día más pequeño y más querido por Dios.