El
otro día se averió el coche a unos cien kilómetros de la misión, tenía visitas
y fue un momento incómodo. Llame a un compañero beninés que está a medio camino
y sin pensárselo dos veces vino a recogernos y llevarnos hasta casa. Eran las
cinco y media de la tarde cuando hice la llamada. Le tocó recorrer con su coche
unos doscientos kilómetros por pistas para podernos hacer el favor, lo cual es
de agradecer, y es precisamente lo del agradecimiento que quiero destacar. Le
dimos bien de cenar para que pudiera llegar a su casa con la tripa llena. Como
había estudiado en España, aprovechamos para darle alguna de nuestras viandas
típicas y de las que se acuerda siempre con cariño, disfrutó de la cena. Cuando
se iba, como es lógico, salí a acompañarle y agradecerle el servicio que nos
había hecho, una vez más volví a quedar profundamente tocado por la
sensibilidad de esta gente, cuando me dijo: “las gracias te las doy yo porque
he podido hacerte este servicio”. Así que poco más pude decir, excepto volver a
agradecerle su disponibilidad. Con que naturalidad me dijo esa frase, como si
fuera algo normal. Cuando lo normal es que si hacemos un favor, nos den las
gracias a nosotros y no al contrario. Toda una lección de sencillez y un regalo
para meditar. Camille llegó a las once y media de la noche a su casa y al día
siguiente venía el obispo a visitarle por la mañana.