lunes, 11 de noviembre de 2013

Rosine, una buena maestra

Rosine
 El miércoles pasado me toco celebrar el entierro de Rosine, justo el mes que cumplía veintiún años. El cáncer, gracias a Dios, se la ha llevado sin alargar mucho su agonía. Hace tiempo que no me pregunto el porqué de la enfermedad y de la muerte, pues he aceptado que nuestra condición humana es limitada. La gran pregunta es cómo puede este mundo seguir siendo tan desigual. Hoy en día hay medios suficientes para que todo el mundo pueda acceder a unos mínimos higiénicos-sanitarios. Se me ha hecho muy duro ver a una joven moribunda escupiendo sangre en una esterilla en el suelo. Se me ha hecho muy duro sólo poder darle paracetamol para los inmensos dolores que debía estar sufriendo.
 Pero debo decir que también ha sido un regalo el contacto con ella. Verla serena, sin quejarse, lo más que decía es que le costaba respirar o dormir. Pero no la oí una queja contra el dolor, no escuché ninguna protesta contra Dios de sus labios. Rosine se bautizó en el año 2009 y ha muerto como ha vivido, enganchada a la Vida que es Cristo. Deseando que la llevásemos la eucaristía, habiendo recibido la unción de enfermos después de haberse confesado de manera profunda. Realmente emocionaba ver como rezaba con dificultad, porque le costaba hasta respirar, pero sabiendo que de la oración y la eucaristía es de donde sacaba las fuerzas.

 De Rosine he recibido una lección de las que es difícil olvidarse, ha sabido morir en paz porque ha sabido vivir en paz.