jueves, 31 de enero de 2013

Manos sucias

Nestor con su mujer nos visitaron en casa
Un domingo llegué a una de nuestras comunidades a celebrar, allí me encontré al presidente de los catequistas de nuestra parroquia. Iba con las manos sucias y, como es costumbre, me ofreció la muñeca para que estrechase mi mano y no manchármela. Era justo antes de empezar la celebración y era extraño, pues como todos, se pone muy elegante y limpio para la misa. Sospechaba el porqué de la situación, pero aun así le tome el pelo. “¿Cómo llevas las manos tan sucias justo antes de la celebración?” El Evangelio de aquel día hablaba precisamente de los que van limpios por fuera, pero por dentro dejan mucho que desear. Luego continué “parece mentira que un hombre como tú no esté bien aseado para la celebración”. Me miró fijo a los ojos y me dijo que tenía razón, nada más. Pero yo sabía que había algo más y continué. “No será que te ha tocado limpiar toda la capilla porque no estaba preparada y limpia a tiempo por quienes les tocaba hacerlo”. Él, como con vergüenza asintió. Me descubro ante gente de este calibre, que ejerciendo un puesto importantísimo y reconocido en la comunidad, haciendo horas y gastando su poco dinero, siempre que hace falta, en favor de cualquiera que le necesita; no tiene ningún problema en remangarse y hacer el trabajo que otros han dejado de hacer por el motivo que fuera. Para evangelizar hay que estar dispuesto a tener las manos sucias y llenas de porquería de vez en cuando.