sábado, 27 de noviembre de 2010

La mesa compartida, mesa del Reino

 En la casa madre de la Sociedad de Misiones Africanas, donde yo resido en Lyon, en la capilla encontramos este altar con motivos africanos. El altar donde celebramos a diario la eucaristía. Ésta no puede ser tal si no es una mesa compartida, sólo así puede ser la mesa del Reino, de ese Cristo Rey que celebrábamos el pasado domingo. Para mi está siendo una experiencia enriquecedora compartir la mesa de la eucaristía con estos misioneros que han dejado muchos años de su vida en tierras africanas. Con estos misioneros con los que comparto también la mesa de la comida diaria. Gente desconocida para el mundo, no llaman la atención, han aprendido muchas lenguas, es fácil que sepan de cuatro a cinco lenguas distintas cada uno. Lenguas que cuesta un gran esfuerzo aprender y que no sirven nada más que para hablar con los pueblos de un entorno reducido, de hecho no sirven para hablar por todo un país, pues en África, cada país tiene infinidad de lenguas distintas. Son gente con un recorrido que en la vida empresarial sería altamente reconocido por sus capacidades, han desarrollado proyectos sociales de gran envergadura, han mantenido su lugar de trabajo y apoyado a su gente en circunstancias tan difíciles como la guerra, nunca han abandonado su puesto. Han anunciado el Evangelio con medios más que precarios. Tengo claro que estoy conviviendo con gente, que con sus muchos defectos, han creído profundamente que lo que hacían, que por lo que vivían, era algo que merecía la pena, que les llenaba del todo a pesar de los contratiempos y dificultades. Quizá en nuestra vieja Europa nos falta volver a creer que esto es posible, nos falta la capacidad de estar dispuestos siempre a aprender algo nuevo. Cada cosa que hagamos en favor de un Reino en el que todos quepan y puedan compartir el mismo alimento, la misma mesa, cada gesto de nuestra vida que anuncie el Evangelio de Cristo, nos volverá a hacer sentir que somos misioneros en medio de este mundo.