Cuando llegué por estas tierras, fui acogido en la
parroquia de Bembereke por Alejandro, burgalés, amante del vino de su tierra
por encima de cualquier otro, sacerdote de Oviedo, que estaba solo en esa
inmensa parroquia. Hombre cordial, de acogida exquisita, siempre atento a las
necesidades de cualquiera. Estos años compartidos han dado fruto a una amistad
sincera, lo que no quiere decir que no tengamos diferentes maneras de ver las
cosas, y que no hayamos “discutido” más de una vez por “cómo” hacerlas. Pero lo
que jamás podré decir a Alejandro es que no haya realizado su labor con todo el
corazón, todo el cariño y toda su entrega, pues eso sería faltar a la verdad.
Después de catorce años, ha tomado una decisión que a mi parecer es prudente,
vuelve a su diócesis de Oviedo a seguir haciendo misión. Como el dijo el día de
su despedida, siempre ha llevado a África en el corazón y la seguirá llevando. Gran
orador y amante de la buena conversación, hombre bien formado y entusiasta del
movimiento cultural cristiano, me ha regalado grandes reflexiones que siempre
me han llevado a cuestionarme mis posturas ante la realidad. Doy gracias a Dios
por habernos hecho encontrarnos en el tiempo y haber podido compartir con él estos
años. En broma, al hacer una excursión y ponérsele el pelo rojo por la tierra,
yo le llamé Pumuki pues es bajito y se parecía al duende. Pero es de esos
duendes, que aunque tenga cara de trasto, da buenos consejos.